viernes, 4 de mayo de 2018

Me duele mi precariedad

Estoy rota. Me duele el cuerpo puñaladas en mi espalda, hombros y cuello. Mi existencia me pesa, demasiado. Me empeño en mantenerme a flote y me vienen al recuerdo las palabras de mi terapeuta diciendo: "¿y qué pasa María si te hundes?" ella pensaría que debía tocar fondo o que debía perder el miedo a encontrarme mal, pero yo soy experta en quitar importancia a mi malestar. Y la cultura del hapiness no nos deja mostrarnos tristes y vulnerables. Aún me cuesta escribir sobre cómo me siento. Me siento repetitiva, lastimosa y quejosa. A veces, también pienso que si no hubiera una pantalla entre tu y yo, sería incapaz. 

Hoy me comunicaron que ya habían puesto nombre a algo que me sucede: El síndrome de la impostora. Yo he jugado toda mi vida a serlo, a aparentar que todo iba bien cuando en realidad estaba al borde del desquiciamiento. Y eso es algo que manejo bien, soy capaz de desconcertar a quienes mejor me conocen. Sin embargo estas semanas no me siento capaz de controlarlo. El control, otra estrategia nefasta que nos torna en la peor versión de nosotras mismas, enemigas de la espontaneidad.
Me siento un fraude a pesar de tener tres títulos universitarios y nosecuantos cursos, años de militancia, viajes, haber vivido desde los 21 fuera de casa de mi familia, etc. porque no solo cuenta lo oficial y académico. Soy capaz de cuidar de mi misma, o lo intento.

Mientras me pongo otra copa de vino como homenaje a que he sobrevivido a otro día anodino, no se si alguien va a leer esto, pero ahí queda: pienso que me agota mi precariedad y no me concedo la licencia ni de quejarme, hasta ahora. Me jode pensar que nunca es suficiente para ese puesto de trabajo que ni siquiera está al nivel de mis estudios (estoy sobrecualificada para la mayoría de empleos a los que encuentro la posibilidad de aplicar), nunca son suficientes cursos, ni suficiente experiencia, o no la puedo demostrar porque a mis 29 casi 30 solo he cotizado 14 días. Que no es que no haya trabajado, porque tengo tres o cuatro trabajos distintos que realizo con rigurosa preparación y dedicación y aún así no me siento cómoda en ninguno porque siento que soy una especie de intrusa, porque doy clases de español pero no estudié una filología castellana.

La embarrada realidad es que a penas hay creación de empleos cualificados y somos muchas dedicando nuestros mejores años a formarnos. Pero a mi cuerpo no le convence la barbarie de la lógica capitalista. Estoy aborrecida de compartir piso con gente que no me importa un carajo. Hoy me he permitido la licencia de encender la estufa durante el día, aunque gaste más. Una estufa que comparto algunos días con mi compañero de piso. Tengo amigos que han dejado de ofrecerme planes que impliquen algún gasto extra porque ya saben mi respuesta. He empezado a ahorrar ya para poder, dentro de un par de años, ir a visitar a esa amiga que llevo un trienio sin ver. He dejado de buscar piso porque no puedo asumir una fianza ni unos gastos yo sola. Y tengo que aguantar que mis caseros, unos machistas asquerosos, vengan cada mes a cobrar el alquiler, porque no quieren pagar impuestos, ni hacer un contrato con validez legal que me hubiera permitido solicitar la ayuda del alquiler. Esta semana, a raíz de una crisis de ansiedad que me ha dejado dos días en cama, he decidido dejar de posponer esa visita a la fisio que llevaba necesitando desde hace varios meses, os podéis imaginar por qué. Y he vuelto a ponerme en manos de la Seguridad Social para ver si me ayudan a poner parches a mi estado decadente de salud mental.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Radiografía breve de una existencia

Tengo en mi haber:
3 títulos universitarios, amén de varias decenas de certificados de seminarios, cursos, talleres... y dos idiomas que se me olvidan de casi no usarlos.

Y 3 trabajos,
por horas, sin cotización. A demanda.

La ideología dominante dice: ¡no te esfuerzas lo suficiente!
Y entonces me siento culpable.

Mi cuerpo impone: ¡PARA!
Y duele. Mucho.

El sistema me ofrece expectativas:
Sigue estudiando 20.000 horas o más y si tienes suerte te saldrá la bola, como en el bingo.
¡O emprende!

También la Clínica ofrece drogas que lo hagan soportable:
Diazepam y Sulpirida. Y ya si eso vuelves.

Además me da vergüenza quejarme, porque no estoy tan mal al fin y al cabo.

Luego intersecciona el patriarcado, pero eso ya es para otro post.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Auto-defensa

Mi experiencia y mi razón me dicen que a priori no me fíe de los hombres. Que no puedo mostrarme vulnerable frente a ellos, que no les de tregua y mantenga siempre alerta mis sentidos ante cualquier falta de respeto, desprecio, humillación…


Prefiero tratar con mujeres.

martes, 7 de junio de 2016

Mi experiencia con el VPH

Los resultados de un examen ginecológico rutinario llegaron en el verano de 2015. Por teléfono, la enfermera trataba de tranquilizarme y explicarme que aquel CIN 1 no era grave, que aquellos leves cambios citopáticos en mi cérvix no eran para salir corriendo. Con unos controles, tranquilidad y suplementos vitamínicos sería suficiente. Pero en mi cuerpo solo había miedo, incertidumbre y necesidad de información.

Había cambiado de ciudad, y de comunidad, recientemente y decidí trasladar mi informe al hospital que entonces me correspondía. La primera toma de contacto fue para responsabilizarme de no haber utilizado siempre el preservativo "porque a nosotras siempre nos toca lo peor". Curiosamente en la misma consulta en la que años atrás me habían recetado anticonceptivos hormonales. 

La segunda toma de contacto fue para biopsiarme sin casi preguntar. "No parece grave". Dijo la doctora quitándole importancia. Me insistieron repetidas veces en la necesidad de que me inyectara la vacuna contra el VPH. [1] Solicité información sobre los efectos adversos de administrarla y las respuestas fueron ofensivas, inexistentes e irrespetuosas. 

los resultados de aquella biopsia los recogí en septiembre de 2015 siendo estos de grado superior al primer diagnóstico: CIN 2-3. Al entrar en la consulta aquel caluroso día de finales del verano sonaba música de Queen en la radio y el ginecólogo, que era un médico distinto a la primera gine que me realizó la biopsia, me explicó que debían conizar mi cuello del útero y su explicación del procedimiento fue seguida de un dibujo. "Cortamos en rodajas como si fuera un salchichón y así luego podemos analizarlo". A pesar de mi perplejidad y lo vulnerable que en aquel momento me sentí, firmé el consentimiento para dicha intervención y le pregunté que para qué necesitaban volver a analizar si ya tenían el trozo de la biopsia. Además de decirle que no me parecía en absoluto adecuada dicha comparación. Ante esta pregunta el individuo con bata blanca se sobresaltó y me contestó de malos modos.

Después de aquello siguieron meses de tensa espera.

Para cuando me llamaron para darme la cita de la cirugía yo ya había tomado la decisión firme de no operarme. Pues con mi edad las probabilidades de que remitiera por la propia la capacidad de sanación de mi cuerpo son elevadas. [2] Ante mi negativa intentaron convencerme a través del miedo. El jefe de ginecología del hospital me recibió y me explicó que los resultados que obtuvieron de mi biopsia eran de elevado riesgo.  Mostáándome los sobres de expedientes de otras mujeres que habían tenido cáncer de cuello de útero me dijo que aquello eran desgracias y yo estaba a tiempo de evitar algo similar. En aquel momento no me sentí con la entereza para reafirmar mi decisión por lo que no renuncié a la operación.

Cuando pude recuperarme del shock de aquella mañana, reanudé con más determinación la búsqueda de alternativas, gracias al apoyo de mi compañera de piso y mi pareja, profundicé en las lecturas de fuentes científicas rigurosas. Retomé las conversaciones con amigas que habían experimentado en sus propias carnes la conización, me apunté a pilates, tomé infusiones de llantén, ortiga verde, malva y manzanilla durante el invierno y cuidé mi dieta limitando la ingesta de azúcares refinados. Me hice con astrágalo en gotas e introduje la cúrcuma en mi dieta casi vegetariana. Además de todo esto me apliqué aloe vera con yugurt ecológico en la vagina durante dos semanas.

En marzo de 2016 tomé la decisión de visitar a Enriqueta Barranco en su clínica de Granada, he de decir que la experiencia en su consulta fue distinta a todas las anteriores, me sentí escuchada, respetada, me explicó de forma clara y directa las dudas que le plantee y sobretodo me hizo sentir que no estaba enferma, que mi cuerpo estaba sano. Algo que hasta entonces no había percibido pero que forma parte habitual del trato ente profesionales de la sanidad y pacientes, que nos hagan sentir enfermas, que nuestros cuerpos están defectuosos y que nosotras no sabemos casi nada de nuestros cuerpos. Que quienes ostentan el conocimiento son ellos y por tanto el poder.

Los resultados de la citología dos semanas después fueron ¡"absolutamente normales"! tuve que leer varas veces aquel correo e incluso llamar por teléfono a la clínica para confirmarlo. El virus había desaparecido. 

Tras nueve meses de nervios, tensión e incertidumbre todo había pasado. Y sentí que mi empeño por buscar soluciones alternativas, por informarme, conocer mi cuerpo y confiar en mi misma habían dado sus frutos. A pesar de que las presiones para que me sometiera a la conización, fueron muchas y dotadas de autoridad (familia, médicos, allegadas).

De mi experiencia extraigo:
La necesidad de conocer nuestros cuerpos, como toma de control y de decisiones conscientes y responsables.
La importancia de la información veraz, fiable y sin sesgo de género. 
La violencia institucionalizada en las entidades de salud pública que gozan de amplia aceptación social.
La necesidad de transmitir nuestras experiencias, saberes, conocimientos y de tejer redes para otras formas de cuidados.
Que debo hacer algo con todo lo que ahora se. Y que sin embargo cada cual ha de explorar sus posibilidades.

lunes, 25 de abril de 2016

Exageras

Nos ven como adictas al dolor, nos regodeamos en el daño.
Siempre locas, histéricas, putas incómodas.
Hay células en mí que no me pertenecen y las odio.
No las quiero.
No quiero aceptar.
No quiero mostrarme vulnerable. Y sin embargo lo hago. Paradoja constante.
- ¿Tú me ves así?

Cuando falta el impulso ¿dónde lo buscamos?
No lo hallo,
Ganas de matar. Todo mi odio y rabia contra mí misma. Por no saber sacarlo.

Culpa.

La clínica mutiladora. La doctrina de la ciencia. Fe.
Gritar en el desierto. Que te hagan sentir extraña en tu propia piel. Exageras.

Camino sola, a veces me acompañas.
Practico el egoísmo, sano.
Cansada de todo. Incluso de vivir.

La esperanza de una venganza con efectos retroactivos, cruel. La justicia no puede venir desde el lugar que perpetua la barbarie.
La paz, sin justicia, suena a resignación cristiana.
Otra muerta más. Cada día, miles maltratadas, invisibles.

Ni una menos.

No hay tregua. No hay lugares seguros. La dominación en tu propia casa.
Exageras. Dicen. Dejas de escucharte, te vuelves autómata. Las nadie.
Mejores drogas para aguantar. En pequeñas dosis, control mental.

No les vamos a dar el gusto de rendirnos.

Juntas creamos espacio-tiempos de resistencia.

martes, 14 de abril de 2015

Lo que puede un cuerpo

Lo que puede un cuerpo
Mi cuerpo habla
Sobre violencias que le hacen enfermar
Mi cuerpo transpira por sus poros la mierda que la sociedad nos inocula.
Grita
Se agita, somatiza,
Lo que da de sí un cuerpo.
Violencia estructural localizada que nos aísla,
limita, golpea.
Huye, sálvate de la mediocridad y la cruel normalidad,
Vivimos vidas precarias en un mundo de abundancia.
Me precipito en caída libre, más no estoy sola, soy mi paracaídas.
Somos Expertas en el despegue desde los barros del duelo y el dolor.
Continente de paradojas espacio-temporales hechas de oportunidades
Nuevos horizontes, ideas.
Transitar nos obliga a mejorar,
Estamos mejor adaptadas a adaptarnos, una y otra y otra vez.
Resistentes, resistencias, estrategas, el ingenio de las desposeídas aún con privilegios.
Tenemos todo el tiempo y
Nada que perder.
Mi organismo expresa, se niega a formar parte de este sistema que mutila.
Voy volviendo a mí. ¡Pero si nunca me fui!, solo dejé de escucharme.
Voy desaprendiendo, ahora comprendo mejor.
Re-aprendo.
El cuerpo es experiencia:
Tiene memoria, performa, es ficción y acción política.
Dialoga con el contexto,
Semblanza discursiva que deviene en artificio.
Modificaciones conscientes, son agencias.
Cuerpos: son espacios de resistencias.
Re-apropiamos espacios, discursos y existencias.

miércoles, 21 de enero de 2015

Cada vez somos más. Y estamos muy hartas.

¿Qué hacemos cuando ya no nos queda ni el miedo?

A veces el peso de la realidad no me deja elevar la vista para verte venir.

Saber que entre tanta mierda hay algo por lo que seguir luchando.

Como las flores que quiebran el asfalto para brotar, buscando el sol.

Quiero que te quedes a  mi lado. Ya no quiero huir más.

Ya no quiero sufrir más.

No puedo. Algo se rompe muy adentro.

Ni las ansias de venganza, ni las dudas, ni el miedo acabarán conmigo.

Dame una esperanza. Que sienta que no todo está perdido.

Cuando el horror de este mundo nos aplaste,

Surgiremos, juntas, como las flores en mitad de la acera.

No vamos a desistir.

Somos expertas de la resistencia.

Guerreras. Incómodas. Histéricas. Brutas. Guarras.

Sublimes. Vulnerables. Valientes.

Nos golpean.

Volveremos a levantarnos. Con más fuerza y mayores certezas.

Nuestra retirada sería su victoria.

Solo la muerte nos detendrá, mas nuestras ideas no se perderán con el huracán de la represión y la barbarie.

Hemos nacido para trascender.

Nuestras armas son las redes, que como arañas vamos tejiendo. La música, con sus vibraciones nos cura. La alegría que alimentamos. La lealtad que sustenta el entramado.


Cada vez somos más. Y estamos muy hartas.