Los resultados de un examen ginecológico rutinario llegaron en el verano de 2015. Por teléfono, la enfermera trataba de tranquilizarme y explicarme que aquel CIN 1 no era grave, que aquellos leves cambios citopáticos en mi cérvix no eran para salir corriendo. Con unos controles, tranquilidad y suplementos vitamínicos sería suficiente. Pero en mi cuerpo solo había miedo, incertidumbre y necesidad de información.
Había cambiado de ciudad, y de comunidad, recientemente y decidí trasladar mi informe al hospital que entonces me correspondía. La primera toma de contacto fue para responsabilizarme de no haber utilizado siempre el preservativo "porque a nosotras siempre nos toca lo peor". Curiosamente en la misma consulta en la que años atrás me habían recetado anticonceptivos hormonales.
La segunda toma de contacto fue para biopsiarme sin casi preguntar. "No parece grave". Dijo la doctora quitándole importancia. Me insistieron repetidas veces en la necesidad de que me inyectara la vacuna contra el VPH. [1] Solicité información sobre los efectos adversos de administrarla y las respuestas fueron ofensivas, inexistentes e irrespetuosas.
los resultados de aquella biopsia los recogí en septiembre de 2015 siendo estos de grado superior al primer diagnóstico: CIN 2-3. Al entrar en la consulta aquel caluroso día de finales del verano sonaba música de Queen en la radio y el ginecólogo, que era un médico distinto a la primera gine que me realizó la biopsia, me explicó que debían conizar mi cuello del útero y su explicación del procedimiento fue seguida de un dibujo. "Cortamos en rodajas como si fuera un salchichón y así luego podemos analizarlo". A pesar de mi perplejidad y lo vulnerable que en aquel momento me sentí, firmé el consentimiento para dicha intervención y le pregunté que para qué necesitaban volver a analizar si ya tenían el trozo de la biopsia. Además de decirle que no me parecía en absoluto adecuada dicha comparación. Ante esta pregunta el individuo con bata blanca se sobresaltó y me contestó de malos modos.
Después de aquello siguieron meses de tensa espera.
Para cuando me llamaron para darme la cita de la cirugía yo ya había tomado la decisión firme de no operarme. Pues con mi edad las probabilidades de que remitiera por la propia la capacidad de sanación de mi cuerpo son elevadas. [2] Ante mi negativa intentaron convencerme a través del miedo. El jefe de ginecología del hospital me recibió y me explicó que los resultados que obtuvieron de mi biopsia eran de elevado riesgo. Mostáándome los sobres de expedientes de otras mujeres que habían tenido cáncer de cuello de útero me dijo que aquello eran desgracias y yo estaba a tiempo de evitar algo similar. En aquel momento no me sentí con la entereza para reafirmar mi decisión por lo que no renuncié a la operación.
Después de aquello siguieron meses de tensa espera.
Para cuando me llamaron para darme la cita de la cirugía yo ya había tomado la decisión firme de no operarme. Pues con mi edad las probabilidades de que remitiera por la propia la capacidad de sanación de mi cuerpo son elevadas. [2] Ante mi negativa intentaron convencerme a través del miedo. El jefe de ginecología del hospital me recibió y me explicó que los resultados que obtuvieron de mi biopsia eran de elevado riesgo. Mostáándome los sobres de expedientes de otras mujeres que habían tenido cáncer de cuello de útero me dijo que aquello eran desgracias y yo estaba a tiempo de evitar algo similar. En aquel momento no me sentí con la entereza para reafirmar mi decisión por lo que no renuncié a la operación.
Cuando pude recuperarme del shock de aquella mañana, reanudé con más determinación la búsqueda de alternativas, gracias al apoyo de mi compañera de piso y mi pareja, profundicé en las lecturas de fuentes científicas rigurosas. Retomé las conversaciones con amigas que habían experimentado en sus propias carnes la conización, me apunté a pilates, tomé infusiones de llantén, ortiga verde, malva y manzanilla durante el invierno y cuidé mi dieta limitando la ingesta de azúcares refinados. Me hice con astrágalo en gotas e introduje la cúrcuma en mi dieta casi vegetariana. Además de todo esto me apliqué aloe vera con yugurt ecológico en la vagina durante dos semanas.
En marzo de 2016 tomé la decisión de visitar a Enriqueta Barranco en su clínica de Granada, he de decir que la experiencia en su consulta fue distinta a todas las anteriores, me sentí escuchada, respetada, me explicó de forma clara y directa las dudas que le plantee y sobretodo me hizo sentir que no estaba enferma, que mi cuerpo estaba sano. Algo que hasta entonces no había percibido pero que forma parte habitual del trato ente profesionales de la sanidad y pacientes, que nos hagan sentir enfermas, que nuestros cuerpos están defectuosos y que nosotras no sabemos casi nada de nuestros cuerpos. Que quienes ostentan el conocimiento son ellos y por tanto el poder.
Los resultados de la citología dos semanas después fueron ¡"absolutamente normales"! tuve que leer varas veces aquel correo e incluso llamar por teléfono a la clínica para confirmarlo. El virus había desaparecido.
Tras nueve meses de nervios, tensión e incertidumbre todo había pasado. Y sentí que mi empeño por buscar soluciones alternativas, por informarme, conocer mi cuerpo y confiar en mi misma habían dado sus frutos. A pesar de que las presiones para que me sometiera a la conización, fueron muchas y dotadas de autoridad (familia, médicos, allegadas).
De mi experiencia extraigo:
La necesidad de conocer nuestros cuerpos, como toma de control y de decisiones conscientes y responsables.
La importancia de la información veraz, fiable y sin sesgo de género.
La violencia institucionalizada en las entidades de salud pública que gozan de amplia aceptación social.
La necesidad de transmitir nuestras experiencias, saberes, conocimientos y de tejer redes para otras formas de cuidados.
Que debo hacer algo con todo lo que ahora se. Y que sin embargo cada cual ha de explorar sus posibilidades.