El frío y el hambre van de la mano.
La adversidad y la precariedad se alimentan,
Compartimos nuestras miserias, para aligerar la desazón.
No hay mantos suficientes para aplacar las escarchadas
agujas.
La melancolía y la nostalgia las trae el invierno,
El frío y el hambre
son ásperos inquilinos, indeseados.
El paraíso es una taza de caldo humeante,
El chocolate en la
boca, un oscuro orgasmo.
La tenue luz no calienta, embellece.
Largos inviernos, incomprendidos, ahora cobran sentido.
Las carnes se tersan y quiebran.
Los ánimos se apagan con los atardeceres anaranjados sobre
los tejados,
La luz de miel se derrama en las blancas casitas del
Barranco del Abogado.
Los canes juegan sin descanso, se arrullan y husmean.
La cueva nos cobija, nos devuelve el aliento,
Y la música aviva nuestros corazones, suena rebelde, alegre,
improvisada.
El té nos reconforta, la plática fluye.
Una constelación bajo nuestros pies emerge, la querida, la eterna:
Granada.
Al albor, cielo rojizo, colorea la Alhambra, la envuelve.
Fortaleza milenaria, dorada, elegante y sublime.
La noche helada nos devuelve a la realidad.
Volvemos y no quieres, me miras agitado, cansado, con tus
ojos color de almibar.
Se había estancado el tiempo… ¡¡Pero qué lugar tan bello!!
María
Sandoval 30-11-13